lunes, 2 de noviembre de 2009

EL SILENCIO DE LORNA, Jean Pierre y Luc Dardenne 2008
DIVERSOS CAMINOS, UN SUEÑO

En los primeros planos El Silencio de Lorna, el rostro de la protagonista (Arta Dobroshi) descubre optimismo, esperanza, ilusión. Unos miles de Euros más en su cuenta bancaria le permitirán asegurar la realización de sus sueños: adoptar la nacionalidad belga, tener un restaurante propio, asentarse felizmente con su pareja allí, lejos de su Albania natal. Todo parece caminar sobre ruedas: el matrimonio arreglado con Claudy (Jérémie Renier) y la espera del momento adecuado para el divorcio; pero hay un pequeño problema: Claudy es un adicto a las drogas y se ha vuelto dependiente de Lorna.

Para ella, aparentemente su objetivo en la vida está muy claro. Y por ello no duda en participar de la farsa organizada por una pequeña banda de delincuentes que venden la nacionalidad a extranjeros vía los matrimonios por conveniencia y a plazo determinado. El dinero, el beneficio económico, la inserción en un medio social que ofrece seguridad y estabilidad cuentan más que las relaciones humanas. En el mundo frio y gris reflejado por los hermanos Dardenne los sentimientos cuentan poco o tienen un precio: Claudy se ha casado con Lorna por una suma de dinero; Lorna vive por conveniencia con Claudy y sólo le preocupa la adicción de éste a las drogas en la medida en que puede afectar el acuerdo; Sokol (Alban Ukaj) el amante de Lorna no duda en quitarle su dinero cuando ella adopta sus propias decisiones; Fabio (Fabrizio Rongione), el líder de la banda, no tiene reparo alguno en optar por el asesinato y el aborto para evitar perder un negocio.
Pero los Dardenne confían en la posibilidad de la redención del hombre. Hay un resquicio de humanidad en las conductas de estos seres primitivos que sobreviven en esas junglas de asfalto y acero recubiertas de modernidad y aparente confort. De pronto, la indiferencia de Lorna ante los dolores de Claudy se torna en compasión, y el pote de agua puesto en el suelo como quien da de beber a un perro es levantado y llevado a los labios del enfermo; la indiferencia ante la suerte futura del adicto se transforma en preocupación por su vida y la búsqueda de un medio para preservarla; la violencia ejercida por Lorna sobre Claudy para evitar su recaída en el consumo de drogas se convierte en la necesidad vital de ofrecerle su cuerpo como medio de desviación de aquellas pulsiones autodestructivas.

Y es entonces cuando Lorna inicia un movimiento en sentido inverso al establecido como vía para lograr la realización de sus ilusiones. Es el único momento donde los Dardenne comunican la alegría de los sentimientos descubiertos. Momento efímero de ¿felicidad? de los personajes compartiendo la cotidianeidad, haciendo un pequeño plan para el día, un brevísimo paseo en bicicleta, pero luego una elipsis abrupta que nos pone de inmediato en contacto con la tragedia…o que nos devuelve a la cruel realidad. A partir de allí, la lucha personal de Lorna por reivindicar su humanidad deviene en una fuga de final impredecible por salvar la propia vida.


Hay en El Silencio de Lorna una diferencia apreciable con respecto a las otras películas de los Dardenne. Tanto en El Hijo (2002) como en El Niño (2005), la cámara de los Dardenne se mantiene muy cerca de los personajes, su ángulo es mucho más cerrado, enfocándose en el drama personal de los protagonistas, reflejando en detalle sus reacciones, en una suerte de aislamiento respecto al entorno en el que viven. Su ritmo, además, es a paso de carga, asumiendo la cámara el punto de vista de los personajes o tornándose en cómplice de su deambular, de sus gestos o de sus movimientos. En El Silencio de Lorna, la cámara se abre hacia el mundo exterior, permite que sus luces y sombras se filtren en el quehacer de los personajes. Hay, de alguna manera, una sensible pérdida en la ambigüedad de sus conductas, su exposición es mucho más directa y menos compleja. Ello, no obstante, no llega a perjudicar al film en cuanto a interés o capacidad de fascinación. Lorna, comparte con los protagonistas de las otras historias de los Dardenne, su marginalidad, su soledad, su angustia. El último film de estos cineastas belgas no estará a la altura de los grandes momentos de El Niño o de El Hijo, pero no es, en manera alguna, indigno de ellos. Y la belleza y talento de Arta Dobroshi, su joven actriz, ya quedó grabada en nuestras retinas y en nuestro corazón.
ROGELIO LLANOS



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